Este año, el 9 de diciembre conmemoraremos los 200 años de la Batalla de Ayacucho, con la que se obtuvo el triunfo definitivo de las huestes patriotas sobre las realistas. Culminan así las celebraciones del Bicentenario de la Independencia del Perú.

Por Luis Eguiguren. 01 abril, 2024. Publicado en diario El Peruano el 30 de marzo del 2024

El entusiasmo con que pronunciamos las primeras palabras de nuestro Himno Nacional: “Somos libres, seámoslo siempre”, manifiesta el deseo de una vida mejor, lograda por propia autodeterminación, la que significa, según el diccionario de la RAE, primero, decisión de los ciudadanos de un territorio sobre su futuro estatuto político; y, segundo, capacidad de una persona para decidir por sí misma algo.

La libertad personal, fundamento de la libertad política, consiste en autodeterminación hacia el bien. Bien, en el mismo sentido que le damos al gol que logra nuestro equipo en un partido. Esta noción de libertad se esclarece en la síntesis tomista, siguiendo principalmente –aunque no solo– lineamientos de la ética aristotélica y enseñanzas de Agustín de Hipona o Gran Padre San Agustín, como se lo evoca en la ciudad de Arequipa.

Síntesis tomista se denomina al corpus sapiencial expuesto, en sus numerosas obras, por Tomás de Aquino, insigne pensador de la orden dominicana a la que pertenecía fray Tomás de San Martín, fundador de nuestra Universidad Nacional Mayor de San Marcos, que tiene ya casi 473 años de funcionamiento.

Aunque la noción de libertad sea “propiedad de la voluntad humana, consistente en la autodeterminación de la persona hacia el bien”; la indiferencia volitiva es una condición sine qua non para ser libre. La indiferencia volitiva consiste en que no hay algo que se presente ante una persona, de manera que ella tenga que elegirlo necesariamente (ciegamente) en vista de alcanzar su auténtica plenitud vital, su completa satisfacción. Satisfacción, en el curso de la existencia, que evoca al gol en el desarrollo de un partido de fútbol.

La libertad humana, en efecto, por un lado, se sustenta en la capacidad personal de elegir, entre uno u otro objetivo vital para uno mismo. Sin embargo, por experiencia consta que tan solo el acto de elegir –tan grato, por supuesto– no es suficiente para garantizar que sean satisfechas las aspiraciones que tenemos de lograr una vida mejor a través de aquella elección. Bueno fuera que por el solo hecho de haber sido elegido desde uno mismo, para sí mismo, algo –un objeto o una acción– efectivamente nos conviniera tanto que nos colmara de dicha.

Según se ha visto, la libertad es una propiedad de la voluntad humana por la que esta facultad racional hace posible que cada persona se autodetermine en sus actos hacia el fin. La voluntad humana está permanentemente atraída hacia el bien pleno y real, que es su objeto propio y lo ansía como un fin, como un gol en un partido.

A lo largo de los tiempos, se han dado varias y distintas respuestas respecto a esta apetencia natural. Es natural, porque la tiene establemente cada ser humano desde su nacimiento. Es una tendencia innata, en cada persona, la búsqueda libre del bien pleno y real. Según la etimología latina, in significa adentro y nata proviene del participio pasado pasivo latino natus, nata, natum; del verbo nascor (yo nazco, cuyo infinitivo es nacer).

La facultad de la voluntad puede entenderse como una moneda. Una de sus caras es la búsqueda, sin cesar, de la plena realización vital (entendida esta como un gol en el partido de la vida). La otra cara de nuestra voluntad es la búsqueda para saber en qué consistirá esa plena realización vital que Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, llama telos, término del griego antiguo equivalente al inglés goal.

Se entiende que el telos consiste en aquello supremo que puede lograrse en la vida humana, tal como el gol es lo supremo que puede conseguirse en un partido de fútbol. Toda la actividad incesante de los jugadores se orienta al gol. Así, toda la actividad libre de la persona se orienta a conseguir su plenitud existencial o telos.

Para esta plena realización vital –llamada eudaimonía por Aristóteles– se requieren, en quien actúa en pos de esta, disposiciones, denominadas virtudes en la Ética a Nicómaco. Estas equivalen a las disposiciones que adquieren los jugadores de fútbol, entrenándose para conseguir el gol.

La Ética a Nicómaco expone, desde su inicio, que la mayor satisfacción vital –eudaimonía– ha de consistir en una acción excelente denominada eupraxía que, según se ha ido mostrado aquí, tiene equivalencia al gol futbolístico.

Comparte: